Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar.
No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar.
¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se auto flagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar". Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación. ¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales.
A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo. Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinas de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano”.
"Aprendiendo a ladrar" de Mario Benedetti.
Aprendiendo a ladrar. Mario Benedetti
lunes, 1 de abril de 2019
Leguleyos, perros y otras anecdotas...
El perro abandonado en la gasolinera me mira sin luz en los ojos y yo le respondo a su mirada con otra sin luz en los ojos.Me pregunta por la crueldad del hombre y yo le respondo.Por lo menos perro de ti se apiadan.A los hombres abandonados en las gasolineras nos queda el sufrimiento de las obviedades del hedonismo social.Prefiero ser perro, gracias -y siguió esperando una caricia-.Llené el depósito y preferí ser perro.
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